Es de sobra conocida la tendencia a “crear” nuevos trastornos poniéndoles nuevas etiquetas y nombres, agrupando y describiendo con ellos una serie de características o comportamientos que los definirían y distinguirían del resto. No obstante, dichas etiquetas no explican por qué o cómo se originan tales trastornos y qué o cómo se mantienen, información sin duda relevante de cara a la intervención. Seguramente por este motivo, el tratamiento de los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) se ha visto tan limitado y, por ejemplo, los intentos para frenar el incremento de la tasa de prevalencia de la obesidad no han obtenido los resultados deseados.

Teniendo presente esta situación, en la Universidad de Murcia se inició un estudio desde una perspectiva multidisciplinar y aplicando un enfoque bio-psico-social integrando conocimientos de varias disciplinas como la psicología y la nutrición. El principal objetivo de esta línea de investigación ha sido determinar qué factores influyen en el desarrollo de la obesidad. Lo bueno de esta línea de investigación es que hace hincapié en aspectos diferentes o relativamente nuevos a los socialmente y de sobra conocidos (como pueden ser el aporte calórico o asimilación de energía, el gasto energético y metabólico, la predisposición genética a la acumulación de grasa y el mecanismo homeostático energético regulador del peso, entre otros). Concretamente, este equipo de investigación enfatiza un hecho sumamente importante y que a veces se pasa por alto: estos factores se ven influidos por nuestro comportamiento (conductas como la manera de consumir los alimentos, el nivel de actividad física, las reacciones emocionales, etc.). Y aquí cobran especial importancia los procesos de aprendizaje o condicionamiento.

Esta investigación plantea un nuevo síndrome como la principal causa del sobrepeso: la “edorexia“, que describe una serie de hábitos inadecuados (déficit de control de impulsos, dependencia o abuso de alimentos, pérdida de control durante la ingesta, malestar asociado a la interrupción del consumo de los alimentos, miedo a la obesidad, consumo de alimentos como estrategias inadecuadas de afrontamiento ante situaciones estresantes o depresivas, etc.).

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Al margen de la etiqueta diagnóstica o nombre que le pongamos a este conjunto de comportamientos alimentarios inadecuados, cabe analizar ahora los tratamientos propuestos para modificarlos. En este sentido, tradicionalmente el objetivo principal ha solido consistir en disminuir la ingesta calórica y en aumentar el gasto energético, evitando así el sobrepeso. No obstante, se ha hecho mucho hincapié en el aspecto físico, descuidando, manteniendo o incluso fomentando las principales causas de la conducta alimentaria desadaptativa o problemática y, por tanto, aumentando el riesgo de que los problemas de alimentación y sobrepeso vuelvan a aparecer (de ahí que la gran mayoría de personas que hacen dietas, acaban recuperando peso) o incluso se agraven.

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No obstante, el gran problema que nos solemos encontrar es que el consumo de alimentos más saludables (y generalmente menos deseados por la mayoría de la gente), así como la realización de ejercicio físico, suelen suponer un gran esfuerzo para las personas. La clave está, por tanto, en aprender a no asociar dichos alimentos o dichos hábitos a emociones negativas (esto es, condicionándolos negativamente). Esto se puede hacer desde las familias y las escuelas, pero es responsabilidad del adulto ponerse manos a la obra también.

No se trata de privarnos o prohibirnos aquello que nos resulta placentero o agradable. De hecho, hablando de “prohibiciones” precisamente no estamos instaurando una relación saludable con la comida, sino que podemos generar incluso el proceso opuesto (tal y como establece la teoría de la reactancia, según la cual aquellas cosas prohibidas acabarían adquiriendo más valor para la persona). Una persona que quiere cuidarse o bajar de peso puede seguir realizando esos hábitos reforzantes siempre y cuando aprenda a controlar la ingesta de alimentos y/o lo combine con hábitos saludables. Es cierto que en las fases iniciales de los tratamientos de los casos con mayor dependencia, es conveniente comenzar por un control estimular, simplemente para facilitar la consecución de los objetivos (bajar de peso, evitar la ingesta <<temporal>> de determinados alimentos, etc.). Pero sin duda es necesario enseñarle a la persona estrategias para aprender a controlar dichos alimentos, dado que a diferencia de otras sustancias adictivas, no podemos privar a las personas de comida, por lo que tienen que aprender a comer bien. Por el contrario, evitando exponerse a esas situaciones de manera indefinida (esto es, evitando comer ciertos alimentos o las situaciones en las que éstos puedan estar al alcance), la persona no llegará a aprender tales estrategias. Obviamente hay personas que prefieren evitar indefinidamente ciertas situaciones por el esfuerzo o las dificultades que le supone enfrentarse a ellas con éxito (ej.: tener chocolate en casa y no comérselo en la primera hora, ir a un buffet libre y no acabar empachado, etc.), pero eso será decisión personal de la persona en base a si le compensa mantener esa tendencia (siempre y cuando no le genere problemas en su vida) o no. Pero tengamos en cuenta la cultura y la sociedad en la que vivimos para concluir si es viable o no que una persona esté evitando sistemáticamente ciertas situaciones, pues a veces es más problema que solución.

Y obviamente no debemos cometer el error de asociar la delgadez con la ausencia de un problema de alimentación (sin necesidad de irnos al extremo de los problemas de anorexia). Es una cuestión de grado y lo que marca la diferencia entre un problema de alimentación y otro que no lo es (igual que las diferencias, desde el punto de vista psicológico, entre una conducta problemática y otra que no lo es) no es una cuestión categórica o cualitativa, sino cuantitativa. Por ejemplo, un atleta con un consumo excesivo de alimentos debido a su alta demanda energética, puede llegar a experimentar sobrepeso en los periodos de abandono del deporte, como les ha ocurrido a numerosos futbolistas, al no cambiar sus hábitos de alimentación. Esto en principio podría resolverse sencillamente con una reeducación alimentaria. Pero es posible que a lo largo de su historia de aprendizaje esos hábitos de alimentación se vieran tan reforzados y tan aprendidos, que la persona luego tuviera problemas o dificultades para modificarlos, habiendo desarrollado cierta dependencia en ese sentido al margen del número de kilos. De hecho, nuestra experiencia clínica nos demuestra que precisamente las personas que no tienen sobrepeso pero sí un problema de relación con la comida, son las que muchas veces tienen más problemas o dificultades para solucionarlo (muchas veces por no recibir tanta presión social –o incluso opuesta-, por no ser capaces de identificar tan fácilmente las consecuencias negativas de su problema –se ven bien-, etc.). Esto demuestra nuevamente la necesidad de evaluar cada caso por separado, atendiendo a la individualidad de cada problema (haciendo un análisis funcional de los factores desencadenantes y mantenedores del comportamiento problemático), independientemente de la etiqueta diagnóstica que se utilice.

En definitiva, tal y como propone esta interesante línea de investigación, es necesario reenfocar el tratamiento de los problemas alimentarios, prestando especial atención a los factores desencadenantes y mantenedores.

El artículo completo puede encontrarse en la Revista Cuadernos de Psicología del Deporte: López, J.L. y Garcés de los Fayos, E.J. (2012). Edorexia y deporte. Una concepción acerca de la obesidad y la adicción a la comida. Cuadernos de Psicología del Deporte, 12(1), 139-142.

Autor: Gala Almazán, Psicóloga en Metodo Thinking