A lo largo de la historia muchos han sido los filósofos y psicólogos que se han empeñado en dilucidar si la conducta humana es el resultado de la genética o del proceso de aprendizaje. El conocimiento actual señala que existe una interdependencia de ambos factores, pero que a día de hoy sólo podemos actuar de forma realista sobre la conducta.

Antes de que Charles Darwin escribiera El origen de las especies, un monje agustino de origen checo llamado Gregor Mendel escribía sobre los mecanismos de la herencia simple. La teoría de la evolución y las leyes de la genética se unieron en el año 1937 bajo el nombre de teoría sintética de la evolución gracias al trabajo del genetista estadunidense Theodosius Dobzhansky. Desde entonces, genética y evolución (entendiendo también dentro de esta los cambios conductuales que significan una diferencia para la supervivencia) han ido de la mano ayudándonos a comprender diversos trastornos y problemas sufridos por  los seres humanos.

La alimentación es una de las conductas más determinadas evolutivamente, la supervivencia pasa por la capacidad de obtención de alimento, sin embargo, hoy casi podríamos decir que fuera de la vida nómada, se han invertido los términos y nuestra supervivencia individual pasa por el control del exceso de aporte calórico.

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Es verdad que la genética puede determinar la predisposición a ser más delgado o más ancho, ser más alto o más bajo, rubio o moreno. Pero el sobrepeso, y sobre todo la obesidad en el contexto de las sociedades modernas, tienen más que ver con la conducta, con aquello que hacemos, que con los genes.

Y lo que es aún más importante para resolver la vieja discusión de “nature o nurture”, hoy en día sabemos que nuestro comportamiento y las circunstancias en las que nos encontremos, pueden determinar la expresión de nuestros genes a través de mecanismos biológicos, que incluso podrían traspasarse a la descendencia.

La obesidad no está predeterminada únicamente por los genes. En algunas personas existirán problemas genéticos bien identificados que incluso con un comportamiento alimentario adecuado tenderán a hacerles ganar peso pero en la mayoría de los casos la obesidad  es finalmente  resultado de cómo nos comportamos, la consecuencia de lo saludable o no que sea nuestra manera de alimentarnos, del ejercicio físico que hagamos, de cómo manejamos el estrés, de lo conscientes que seamos de qué comemos, de cómo lo preparamos, de cuánto comemos y de cómo lo comemos, así como de la cascada de acontecimientos físicos que se pueden producir como consecuencia o en paralelo con lo anterior.

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Es decir, de cuánto tiempo dedicamos a cuidarnos, de si nos hemos desconectado de nuestras sensaciones corporales y emociones, de si existen problemas físicos cronificados cuyo tratamiento hemos desatendido  o de qué vacío llenamos o qué dolor buscamos aliviar con la comida, entre otras tantas variables .

Hoy en día es posible realizarse un estudio genético y conocer nuestra predisposición a  sufrir ciertas enfermedades, pero queda mucho tiempo para poder incidir de manera realista en nuestra genética y anular dicho riesgo. Lo que sí podemos cambiar es nuestra manera de interpretar este riesgo y comportarnos de forma acorde al mismo.

Todo lo anterior no significa que conocer la relación entre los genes (y aún más, en su parte observable a día de hoy que son nuestros antecedentes familiares) y  el problema con el peso sea muy importante, ya que cuanto más vulnerable nos haga nuestra carga genética, más importante será cuidar cómo nos comportamos. De esta manera, si nuestros genes nos predisponen al sobrepeso, será  crítico que hagamos por tener una vida sana y equilibrada, evitando cualquier factor de riesgo cardiovascular añadido, aparte de la obesidad.

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En otras palabras, si una persona tiene tendencia al sobrepeso será muy importante que desde esa consciencia establezca  cuidarse y no ganar kilos de forma descontrolada. Desde esa consciencia su comportamiento debe orientarse a aquello que necesita para estar bien a la larga e incluso si es el caso, “dormidos” los genes problemáticos.

Por suerte para todos, el equilibrio en el tema que nos concierne tiene mucho más que ver con lo que hacemos. Como dice el famoso escritor uruguayo Eduardo Galeano “somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”.

Autores: Amelia Zamora (psicóloga en Método Thinking) y Javier Sánchez (médico en Método Thinking)